El alimento, por María Negro
El silencio. La cuchara sostenida en el aire, parece dudar frente a los labios. Estaba convencida que todas las mamás cocinaban rico, que era como una capacidad que se adquiría con el parto. Por eso no podía creer que mi mamá no lograse hacer una sola comida decente, y que no fuera a propósito. Decente, tampoco fantástica o irrepetible. Decente. Con la sal apropiada, o algún sabor que se pudiese disfrutar. En el espacio breve de la cocina, mamá se acomodaba los lentes empañados y buscaba en los especieros su nuez moscada, su orégano, dejando caer sobre la sopa sospechosas cantidades. El viejo cucharón de su suegra se hundía en el líquido espeso que contenía la olla, emergiendo lento, cauteloso. Solo el silencio acompañaba el ir y venir del cucharón sobre los platos que esperaban con angustia lo que sabían que iba a suceder. —Otra vez, dijo papá. — ¿La sal? No — ¿El orégano? Papá no respondió más. Continuó llevando la cuchara a su boca, callado, mientras yo esperaba el momento de h