Una tarde en el Delta, lo que el río no ha callado nunca
El paso del tiempo, el tiempo, las mujeres, la historia contada, la historia callada, la vida en su azar, la muerte en su constancia. El hilo que narra Una tarde en el Delta construye poéticamente una perspectiva que no es tenida en cuenta al momento de sintetizar nuestra propia historia, la mirada del equipo de trabajadores “no notables” que pusieron el cuerpo en las investigaciones que dieron curso a los juicios a las Juntas militares en el año 1985.
Hablamos de la valentía de realizar algo a pesar del miedo,
sí, pero también de lo que ocurre en el ser humano cuando se acerca a otro que
ha sido torturado con máxima crueldad, para escucharlo, para no evitar que la
empatía los transforme en un solo cuerpo herido.
Tres mujeres se reencuentran, en condiciones muy
particulares, en un paseo del Delta. Un Paraná, con su barro y su memoria,
fluye como otro testigo de los que no pueden ser entrevistados. Sabe el río,
sufre el río, ha debido cargar en sus brazos los cuerpos destrozados para
llevarlos hasta la orilla. La naturaleza (mas no el naturalismo) es elemento de
la memoria; los pájaros, los árboles, serán voces cómplices de las otras, las
arrancadas de la garganta, que se nos presentan no desde el horror sino desde
la ternura, la complicidad, el amor.
De las pasiones humanas, de sus travesuras, de sus
“pecados”, de esa lealtad profunda que es la amistad, con todas sus
contradicciones, está hecha la vida.
De la manipulación de la historia, del silenciamiento
cómplice, del desconocimiento profundo del otro, de la invisibilización del
trabajo, de la casa en orden, de los acuerdos, de las negociaciones, de la
obediencia debida, del punto final, del indulto, está hecha la muerte.
Una tarde en el Delta, con dramaturgia de Jorge Huertas y
María Eugenia Lanfranco, ubica la medida exacta de poética que requiere una
historia contada, que no es ni historia ni ha sido contada. Las actuaciones de
Lilia Toranzos, Nora Luján, María Eugenia Lanfranco e Irene López, ponen el
alma en un escenario donde la corporalidad abarca su belleza de extrañamiento.
Todo es cuerpo. Sus risas, sus horrores, sus rabias, sus encargos que aún
funcionan como verbo pendiente.
No hay pasado como tal, hasta que la tarea esté cumplida.
Nuestra palabra “memoria” es un jueguito de síntesis que nos
trajimos del latín, pegado al verbo memorare, que llevado al griego dio origen
a la palabra “mártir”. Memorare quiere decir recordar, y recordar (recordis)
deviene de re (de nuevo) y cordis (corazón).
La palabra como objeto nos indica que la memoria es la
tarea, la acción actual de pasar por el corazón aquello que ya no estaba ahí.
Si nos fue arrancada la dignidad de una tumba donde llorar, si nos fue
arrancada la dignidad de romper el cielo para evitar que rompieran los cuerpos,
si nos fue arrancada la dignidad del respeto por la diferencia, es preciso no
permitirnos la indignidad del olvido.
La memoria nos permite
comprender con cabalidad que los seres humanos podremos ser “ceniza, pero no
carroña de peces”, esa hojita de verdad que nos alcanza el árbol grande de la
poesía, del teatro donde no se “actúa”, donde la vida ubica una forma amorosa
para ser oída por encima de las tapias que las historias oficiales levantan
sobre ella.
María Negro
Una tarde en el delta
Actúan: Lilia Toranzos, Nora Luján, María Eugenia Lanfranco,
Irene López
Dramaturgia: Jorge Huertas y María Eugenia Lanfranco
Dirección: Jorge Huertas
Teatro El Popular, Chile 2080
Todos los viernes de julio, 20.30 horas
Entradas por Alternativa Teatral
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