Julieta y Julieta, las formas de escribir el horror

 


Es cierto lo que dice mi amiga Marcela. Lo primero que debe contar esta reseña es el acto de la lectura. Día frío, café con leche en un bar, y los primeros capítulos. Disponerse a leer en un bar es, también, disponerse a leer poco, entre el ruido; o leer mucho, entre la música que pueda salir de un auricular. Pero, lo cierto, es que nadie se queda leyendo un libro de casi 300 páginas con un solo café con leche.
Hay una disposición del lector a que esa lectura sea, de alguna forma, breve. Se tomarán notas, si es necesario, pero se levantará el cuerpo del bar y se saldrá con el libro adentro del bolso y la vida continuará su historia.
Nada de esto fue posible. 
Julieta es Julieta, pero también es su propia amiga imaginaria. Esa "otra" Julieta, la que va relatando la historia, es una voz subyugante, por si hiciera falta más aún dentro de la novedosa selección de la voz narrativa. Julieta es una niña, y su amiga imaginaria, nuestra cómplice, también.
Hasta ahí llegó el café con leche. El problema fue que el libro no me dejaba, no me permitía abandonar la lectura. Más de diez cuadras entre la penumbra y el frío de Avenida Independencia, con el libro en las manos, sin poder creer del todo hasta dónde iba a ir este muchacho, David Muchnik, caminando los límites, los bordes del lenguaje y de la narración.
Julieta tiene miedo. Todos tenemos miedo. Pero Julieta tiene miedo en toda su invisibilidad. La Julieta que no es imaginaria no cabe en la realidad de ninguno de los adultos que la rodean. Una madre que no puede dejar de trabajar una incontable cantidad de horas, un entorno familiar que la observa solo para aquellas cosas que la niña puede resultar útil, unas compañeras de grado tan heridas, invisibles y -tal vez por eso mismo- crueles con ella. Una docente que hace de la burla su forma de comunicar, y cuando la burla no es suficiente, pide orden, un orden familiar, que irá en busca de psiquiatras, de medicinas embrutecedoras que nada resuelven para Julieta. Tanto la Julieta "real", como la Julieta "imaginaria", están solas en un mundo que no esconde su crueldad, sino que hace de esa crueldad otro método de supervivencia.
David Muchnik juega, como autor, en los bordes de las consciencias de sus lectores. Nos acerca una narrativa feroz, impiadosa, como (a veces) extrañamos en estos tiempos de tanta corrección moral en la literatura. Eso que llamamos realismo mágico, hace su trampa perfecta, haciéndonos caer desde la magia, para alcanzar el 'cross en la mandíbula' sin anestesias.
Aquí la criminalidad tiene olor a cotidiano, y el deseo (esa palabra tan alejada de la infancia, tan ausente de la infancia, tan a merced de la pedofilia cuando no se expresa y no se comprende que pertenece a la infancia, porque el deseo le pertenece a la vida) es de Julieta, sin caer en imágenes baratas, sino mucho más cerca del derecho a ser escandalizados como lectores; a ser sacudidos por el horror que la crueldad es capaz de ejecutar en nuestras niñas invisibles. Las pequeñas almas que, luego de la monstruosidad, conservarán sobre ellas dos constantes: su invisibilidad y una madre desesperada.

Es necesario leer Julieta y Julieta, por su ejercicio literario y por su valiente abordaje que hiere por su propio peso. 




Julieta y Julieta (2020 - Argentina)
David Muchnik
Editorial Libero América

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